Y asi un día,
out of the blue, volviste.
Llegaste a buscarme a mi trabajo, enfundada en una diminuta falda verde esmeralda, una camisa negra y el collar a juego con el verde, un conjunto pues, que se te veía muy bien. El estilo siempre ha sido uno de tus fuertes, no matter all trouble you have been through, el estilo, baby, nunca lo has perdido. Llegaste montada en una bicicleta amarilla, cuidando tu débil tobillo dentro del cobijo de una bota australiana y resguardando tus ojos hundidos (esos ojazos japoneses que tu hijo te heredó), tus pómulos y toda tu cara detrás de los enormes lentes obscuros, ese lugar vacío donde te hallaste a salvo de mi mirada incisiva que te buscaba sin descanso hasta que un buen día se hartó de no encontrarte.
Entonces, llegaste a buscarme a mi trabajo, a esta mi droga donde ahogué los demonios que se me desataron y me echaron fuera del huacal aquel verano en que juntas decidimos volver a este pueblo a enfrentar el miedo más profundo que habíamos sentido jamás: la despedida (la despedida si, porque del duelo no entendíamos ni su existencia misma en ese momento). Juntas decidimos, y solas encontramos el modo de persuadirnos de sentir... sin hacer consciencia de que lo nuestro lo nuestro lo nuestro, es justamente sentir.
Llegaste pues, nos encontramos como antes ya había ocurrido, esta vez sin embargo fue diferente, principalmente por los lentes oscuros. Recuerdo haberte encontrado en el vestíbulo del consultorio del doctor Pavía, me diste las cámaras de Sisi mientras yo esperaba que me atendieran luego del accidente. Tuve que volcarme tres metros abajo y caer con estrépito para entender que no podía dejar atras lo que duele, que hay que sentir todo lo que resta por sentir antes de dejar atrás, sin miedo, lo que duele. Tuve que caer con estrépito, pero esa noche de otoño en el vestíbulo del consultorio no lo entendía todavía y mi cuerpo aun no me dejaba sentir ni siquiera el dolor de las contracturas. Como ves yo tampoco bajaba la guardia, mucho menos frente a ti. Yo, que carezco de ese fino estilo que a ti te caracteriza, linda, no tenía conmigo ese par de inmensos lentos oscuros, los mismos que tu te quitaste al encontrarme cuando llegaste a mi trabajo, dejándome ver el alto costo que tu piel ha pagado y tus ojos de almendra que por mucho tiempo esquivaron mi mirada.
Llegaste, y tu timing no fue casual. Hoy que estoy lista para reconocer la caducidad de esta mi manera de lidiar con lo que he sentido (lo que duele, lo que me persigue, lo que me aterra...) a través de la comida, hoy, que entiendo que mi oficio no se acaba aqui en este recurso terapéutico de dejar-de-sentir-para-hacer-sentir a los que prueban lo que hago... que hay mucha más cocina que la que se asoma desde ese plato de peltre que sostiene el rojo del tomate de verano, desde esa torta de corazón de pollo que expuse en mi lección de fenomenología. Nada tiene de casual tu timing, te he pensado, te he intuído, me haz intuído tu también y por eso nos encontramos asi en la banqueta. Quién de las dos habría imaginado que el tiempo nos revelaría asi este verano?
Tu visita me ha dejado un bittersweetness emocional. Me da gusto saberte, tener la certeza de saberte de pie, de que estás, bien o mal, estás aquí entre nosotros, aunque no entienda por que duermes donde duermes, por que comes como comes... escucharnos decir bobadas y verdades y hacernos juntas conscientes con firmeza de que vivimos la consecuencia de las decisiones que hemos tomado, de que la intuición que desarrollamos, ese juego de niñas que nos mantenía comunicadas y sensibles, despite la ola de mierda que nos pudo haber revolcado, sigue ahi con nosotras como el tinkerbell de Peter Pan.
Desapareciste, as usual.
Enviaste una nota que prometía que volvías esta tarde. No cumpliste la promesa, as usual.
Pero it doesnt hurt any more. Escucharte desde la sensatez desde la que me hablaste trepada en la bicicleta amarilla, colgándote en tu cabello maltrado esa flor blanca de miel mientras reíamos como taradas en la banqueta al recordar que dejamos ir ese departamento precioso de la calle diez, ese lugar que reunía todo lo que buscábamos en una casa, en nuestro proyecto que conserva aun su frescura y que tanto me hace latir el corazón cuando lo pienso, cuando invariablemente te pienso y me dueles... qué habría sido de la historia si lo hubiéramos rentado? jajajaja... A pesar de los rumbos que hemos tomado ninguna de las dos se arrepiente de las decisiones que nos han llevado aqui donde estamos, de todo lo que hemos tenido que vivir para aprender, y para poder reirnos bajo el árbol de las flores blancas.
Te echo de menos en mi cotidiano si, echo de menos tu lámpara negra y tu mesita de centro. El taburete que compraste en las segundas del aeropuerto... tus uvas de acrílico. Extraño terriblemente el olor a casa de mamá que tu departamento de Río nazas emanaba, y sabes? a veces (como hoy...) le preparo a mi equipo pescadito con arroz y ensalada de pepino como comida del personal. Celebro enorme que hayas conservado tu colección de teteras y también celebro que hayas llegado a buscarme, aunque ya no vuelvas nunca, celebro que hayas venido y te hayas quitado esos lentes.
Ya había dejado de esperarte, y fue muy grato recibirte.
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