Son ocho mesas alineadas como boots en merendero, la más grande se halla al fondo, en un área que parece poder tomar forma de privadito, otra más alberga a Nam Yun, dueño del lugar que hace cuentas o recibe a sus compatriotas que lo visitan en el negocio. Al fondo en una esquina está empotrada la televisión sintonizando un canal coreano, y al lado de la mesa que elegimos está la barrita con el refri repleto de agua embotellada en unos recipientes translúcidos de tapita y etiqueta verdes con letritas en coreano.
Llega la carta. Qué stress!? Siempre es lo mismo! Llegamos al coreano (nombre con el que reconocemos el lugar que se llama oficialmente Myung Dong Hyon Kwan) con muchísima hambre y la carta nos abre más el apetito… nunca sé qué platillo quiero más… lo bueno es que somos tres y hay modo de ponerse de acuerdo. La carta nombra el platillo en coreano pero lo acompaña una buena descripción en español y algunas fotos… Rodrigo no ha venido antes (me emociono pensando en como se le van a abrir los ojos cuando vea la mesa servida, no matter que pidamos, la misma sorpresa que abrió grandotes mis ojos la primera vez que vine) todos de acuerdo: una sopa de ravioles coreanos con pastel de arroz ($90) y un guisado de carne de cerdo de verduras con kimchi y arroz ($80). Ya sabemos que las raciones son muy abundantes y que en general dos platillos para dos personas son más que suficiente, pero la razón se pierde fácilmente ante la carta del coreano, tenemos muchísima hambre… una sopa y un guisado más: sopita picante de tofu con verduras ($80), un bulgogui ($110)…
El mesero coloca el servicio para cada comensal: una orejona y muy larga cuchara de metal guardadita en un sobre de papel y dos palillos también metálicos con unos grabaditos. Un platito y un vaso para dada quien, una botella de agua natural para todos. Llega el banchan (qué emoción!) en nueve platitos pequeños que coloca el mesero en una matriz de tres por tres al centro de la mesa: tiritas de calamar seco caramelizadas y salpicadas de ajonjolí tostado, kimchi, bok choy salteado en aceite de ajonjolí, kimchi de pepino, algas en vinagreta, brotes de soya salteados, verduritas curtidas: calabaza, cebolleta y daikón, gelatina de pasta de frijol con vinagreta y charalitos caramelizados… A los flancos del colorido banchan el mesero coloca las fuentes con los dos guisados y las dos sopas, a la izquierda de cada quien dispone un pequeño tazón metálico con tapa: el arroz al vapor.
La sopa de ravioles coreanos está dentro de un gran tazón, es un caldo de ajo con tallos de cebolleta y unos paquetes de pasta, parecidos a los gyoza japoneses, rellenos de carne de cerdo con jengibre, deliciosos. En el caldo nadan también las hebras pluriformes de un huevo batido arrojado a la sopa hirviente y unas rebanadas de pastel de arroz de la consistencia más delicada y rara, parecida a un oso de gomita, a un trozo de pancita, y esta fabulosamente embebido del caldo sabor a ajo.
La sopa número dos, de tofu y verduras se sirve en una cazuelita de acero que la mantiene bien calientita, es un caldo claro y colorado, el picante espanta el frío. El tofu parece gelatina de lo suave que es. El bulgogui también llegó a la mesa en una cacerola de acero, pero una más grande. Como el sukiyaki japonés este platillo le guarda un rincón en la ollita a cada ingrediente: tallos de cebolleta, champiñones, tofu y tiras delgaditas de carne en un jugo de soya dulce. Yummie. El guisado de cerdo en kimchi está picosísimo, pero delicioso, calabazas, cebollas, zanahorias y chiles en rodajas en una salsa muy roja y picante lo mismo de chile que de ajo. Uff… arroz, banchan ayudan a la enchilada.
Mientras comemos la mesa, lejos de estar en silencio produce tintineos graciosos del maniobrar los palillos metálicos, y constantemente dejamos escapar los mmmmmm…. wow!..... qué delicia!.... y los suspiros casi orgásmicos que las tiras de calamar caramelizadas nos producen. Then I step out of the limb y me doy cuenta de que durante algunos minutos me fui lejos en el picante, en el suspiro y en lo deliciosa combinación de aromas y texturas que pueden lograrse con el aceite de ajonjolí, la gelatina de frijol y el chile rojo del kimchi y su sabor a fermentado… Regreso y un niño pequeño de grandes almendrados y negros ojos me ve, mientras juguetea con su tubito de pastel de arroz que Nam Yun le acaba de dar. Viene con sus padres, ambos hablan en coreano con Nam. Hay una familia más al fondo del restaurante. También coreanos. En otra ocasión Nam le agradeció calurosamente a Alicia por volver a Myung Dong Hyon Kwan, nombre de su restaurante, por ser la única clienta mexicana a quién ha servido.
La sobre mesa la acompaña un programa de concursos de la televisión coreana. Es increíble, pero nos acabamos todo. Muchísima comida. Deliciosa.